Confianza en uno mismo de R.W. EMERSON análisis por Manuel Arias Eibe

La vocación al pensar propio y la confianza en uno mismo

R.W. EMERSON, La confianza en uno mismo. En R. Emerson, Obra ensayística (págs.175-214). Valencia: Artemisa Ediciones.

1.1 Leí el otro día un poema, escrito por un pintor eminente, que me pareció original y fuera de lo consabido. El alma oye siempre un pequeño aviso en versos como esos, no importa cuál sea el tema del que traten. El sentimiento que inspiran es de más valor que cualquier idea alojada en su seno. Y creer en tus propias ideas, creer que lo que es verdad para ti en tu fuero interno lo es para el resto de los hombres, eso es el genio. Saca afuera lo que late dentro de tu corazón, y estarás verbalizando el sentido del universo; porque lo más íntimo se convierte a su debido tiempo en lo más alejado de nosotros; y el primer pensamiento que tuvimos resuena como un eco de las trompetas del Juicio Final… Un hombre debería aprender a detectar y seguir la trayectoria del rayo de luz que cruza como un relámpago su mente desde muy adentro, y no prestar tanta atención a ese lustre que ofrece el firmamento de los bardos y los sabios. Sin embargo, desestima sin darse cuenta lo que piensa sólo porque es suyo. (p. 175)

1.2 En toda obra del genio reconocemos las ideas propias que hemos rechazado: vienen hacia nosotros con un ligero aire de resplandor ajeno. Las grandes obras de arte no ofrecen lección más imperecedera que esta. Nos enseñan a acatar la espontaneidad de nuestras impresiones con bien intencionada inflexibilidad, especialmente si todas las voces son de la opinión opuesta. De lo contrario, mañana un extraño nos dirá con aplomo envidiable precisamente lo que siempre hemos pensado y sentido, y nos veremos en la obligación de recoger avergonzados nuestra propia opinión de otro (pp. 175-176).

Reflexiones sobre los textos de Emerson.

Del conjunto de los dos textos me gustaría destacar lo importante que resulta para la persona, para el ser humano, pensar y reflexionar por uno mismo, ya no sólo desde la perspectiva del propio individuo pensante, sino para el conjunto de la sociedad en la que el individuo se inserta. La actitud filosófica de la persona, del hombre ante sí mismo, y la totalidad de lo existente, requiere de un punto de partida básico: ser capaz de pensar y reflexionar por sí mismo, y simultáneamente de adoptar una decidida actitud de exteriorización de dichos pensamientos y reflexiones. Frente a lo ya escrito, a lo imperante, debe imponerse el pensamiento propio e individual. La persona debe ser capaz de abstraerse de lo dominante, de lo imperante y pensar por sí misma de forma crítica. Es cierto lo que nos dice el autor acerca de que es muy frecuente el que los individuos releguen el pensamiento de uno a la mínima expresión, descansándose en el pensamiento de quienes, vistos como genios, son capaces de reflexionar y pensar por sí mismos y han sido capaces de mostrar tales reflexiones a los demás. Sin embargo, la verdadera actitud del filósofo debe partir de ello: ser capaz de pensar por uno mismo, argumentar, hacerse las preguntas más radicales sobre todo y ser capaz de expresar los pensamientos y reflexiones hacia el exterior como camino del progreso crítico, propio y finalmente dando acceso del mismo al colectivo. Los grandes genios han sido precisamente eso: quienes han sido capaces de sobreponerse al pensamiento establecido y pensar por sí mismos. El pensador que hace camino intelectual activo y crítico, que es capaz de alcanzar racionalmente sus propias conclusiones, y además se propone defenderlas al exterior, y así lo hace, está contribuyendo decisivamente al progreso propio y de los demás. Porque del debate y contrastación crítica colectiva de las reflexiones es de donde surgirá el progreso intelectual y humano. Es más, descansarse en el pensamiento de los demás, acríticamente, es peligroso. La historia más reciente nos ha demostrado que actitudes acríticas, incluso colectivas, son susceptibles de dejarse arrastrar por irracionalismos que pueden acabar por conducir al caos.

En realidad todos tenemos un pequeño genio dentro y debemos mostrarlo al exterior. Lo lamentable es que, efectivamente, suele existir una suerte de minusvaloración pasiva hacia uno mismo y una concomitante actitud de expectación y admiración acrítica ante el pensamiento ajeno y dominante. Ese dejarse “arrastrar” acríticamente es lo peligroso. Lo verdaderamente importante es una actitud de realce de la persona y del individuo desde dentro, desde el centro de la persona y su pensamiento propio frente al pensamiento dominante. Ese es el camino del progreso. Hay que evitar el no pensar por uno mismo y la actitud intelectualmente pasiva de “dejarse llevar”. Efectivamente, parece como si costara especialmente pensar por uno mismo y fuese más fácil analizar y aprovechar el pensamiento de los demás, o simplemente aceptarlo acríticamente. Y eso es un peligro y una minusvaloración de la propia persona. Tal vez los que son reconocidos como genios, hayan sido quienes se han planteado seriamente pensar por sí mismos y dar cuenta y razón a los demás de sus pensamientos. En el fondo, tal vez los pensamientos y las reflexiones interiores no deberían ser consideradas o tratadas como patrimonio exclusivo de uno mismo, sino ser valoradas desde la perspectiva de su trascendente función social. 

En definitiva, el autor nos propone que la persona debe pensar por sí misma en lugar de limitarse a una postura pasiva de admiración ante la sabiduría ajena. Además, la persona debe superar la frecuente actitud de rechazo de sus propias ideas por el mero hecho de provenir de uno mismo, y no del exterior. Lamentablemente, y ello es así, en no pocas ocasiones lo que uno naturalmente admite no lo reconoce sino cuando proviene del resplandor del pensamiento ajeno, del exterior. 

Si partimos de que en el conjunto de lo existente el hombre, la persona humana, es lo más valioso, debemos aceptar que la centralidad que ocupa el individuo impone que éste piense y reflexione por sí mismo. Su racionalidad y dignidad individual abocan a que todas cada una de las personas no sean meros objetos bajo el dominio del pensamiento dominante del momento, sino todo lo contrario. La persona –todas y cada una de ellas- y su dignidad propia, imponen que deba respetarse como núcleo esencial de las mismas su vocación al pensar propio, al pensamiento crítico y a la expresión en libertad del mismo. Si en la época del “pan y circo” romano la persona cuanto menos pensara mejor, quizá hoy en día no haya variado mucho la situación, pese al transcurso de más de dos mil años. Sin embargo, a lo largo de la historia, el pensamiento filosófico nos ha mostrado infinidad de personas que han destacado por haber pensado por sí mismas y haberse sobrepuesto al pensamiento dominante de cada momento, gracias a lo cual ha tenido lugar un incesante progreso de la humanidad. En definitiva, frente a colectivismos o dominios de la masa social por un pensamiento único o dominante, parece sensato defender, sobre todo por las experiencias acumuladas en el pasado reciente, el realce y primacía del individuo, y de la persona, y su pensamiento propio.

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